jueves, 6 de junio de 2013

La sopa, esa enfermedad que ataca por la noche

En la noche mas oscura, el frío húmedo se coló por debajo del abrigo y me sorprendió. He pensado mucho sobre este acontecer, sencillamente porque hace un buen rato que estoy en cama, en soledad, ensayando conductas saludables que no me lleven donde la vida queda en riesgo.
Para tanto?, uno nunca sabe. Una mala acción, esperar a que los demás sueñen mi sueño de estar sano, vivo, acompañado, feliz, un pasillo angosto de paredes luminosas, suaves de texturas volátiles en la memoria, otra mala acción y es dejar de estar aquí y ahora y no pensarme como si yo no fuera yo, sino cualquier otra persona, un personaje abrigado que sale a la calle a buscar, que, como, donde, pero fundamentalmente con quien. Quien será mi autor preferido, quien pasará 10.000 horas conmigo y se hará experto en mí, se enfocará en mi arte, ese que le es esquivo a casi todos, menos al resfrío, al sueño y a las ganas de amanecer sano, sin quedar de lado, sin ser políticamente correcto, viviendo del siglo pasado como si fuera este.
El sendero es el camino que junta la sopa y el resfrío, pero ¿cualquier sopa?.
Mi sopa es casi todo agua, tanta agua que el resto parece que sobra pero no, sin el resto no hay sopa. como yo, si no están el resto de uds, digo el resto, no despectivamente, los otros, el otro, la, esa. La sopa dice cosas, me, nos dice, burbujeando en la cacerola, de vidrio, de aluminio, metal, barro y hasta de plástico. Una sopa dice mucho de quien la hace, es la magia propia de los que saben decir con los sabores, unas palabras que están antes que las palabras, que aprendimos al primer llanto. Magia, una magia sin héroes ni magos, personas comunes que llevan la historia oral, tan oral que nos la comemos, de cada familia de cada presencia que importa.
Tal vez por eso la sopa sana. Nos trae la sanación tan preciada al juntarnos con quienes somos, sanos y enfermos en un viaje atemporal y sin distancias, muy de Einstein tal vez, porque la sopa no es indiferente al continente y quienes toman la sopa en el plato de extraños dibujos étnicos creen ver un acto profano, oculto, ajeno, y los que lo ven, sienten el aroma de los tiempos perdidos y las caricias acompasadas sobre el mantel de linoleo.
La sopa, oh, es un portal que nos permite viajar en el tiempo, no solo al pasado, a los sabores de la infancia o de un viaje que hicimos, no solo aqui, donde se siente el calor que brota a bocanadas del plato como un delicioso baño turco perfumado en un jardín en el cielo, sino tambien al futuro, dandonos la seguridad anhelada.
En algun lugar, aun entre los oceanos pacifico e indico, tan lejanos siempre, una sopa se hamaca entre olas sobre una mesa de madera algo rajada imagino y tal vez algo olvidada de grasientas substancias volcadas. Una mesa con grabados nombres de vaya a saber quien es el pedestal correcto para la sopa, aun para la mas ilustre de ellas, la boullabaise.
Ojala hubiera una boullabaise en mi plato o en mi olla, lo mio es mucho mas directo, campesino, honesto, una rotunda sopa de verduras a la que le falta un pedazo de conejo y unos nabos, pero es picante y sabrosa.  Todavía me acuerdo de la ultima vez que la comimos juntos y pensar que es solo agua y unas pocas cosas mas.

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