domingo, 26 de abril de 2009

Epilogo

Un liquido carameloso brota del pico de la cafetera. Las dos pequeñas tazas verdeagua tienen un ondulante dragón adivinandose en su superfice sin asas, sin plato, listas para dar cabida al café aromatizado con cardamomo que Cza gusta de preparar cuando quiere agradar.
Len está al otro lado. Está vestida peculiar. Un saco de tela de aguayos que encargó a una modista del barrio donde vivió en San Francisco, de colores morados, terrosos, andinos. Una camisa algo arrugada con flores verdes, amarillas, como dibujadas con los óxidos de la misma montaña. El humo del café caliente empaña sus lentes.Tiene cara de sueño, sonríe, como siempre.
En la cocina, en torno de la mesa de madera oscura, a la luz del sol de la media tarde que le dá a este abril algo del calor que el aire ha perdido, se encuentra para conversar sobre el legado de Oto S Bach. Muchas veces lo han hecho en los últimos años.
- He escrito algo nuevo, me gustó, tenés que leerlo. Dice Len como pidiendo opinión.
Cza, no espera un segundo para disparar una respuesta. No quiere menospreciar el texto que aún no ha visto pero ya tiene una decisión.
- Ya tengo escrito el final. Es mentira, él lo sabe. Sabe que en el viaje desde Corrientes una historia se coló en su sueño y lo despertó. Siguió el hilo y supo que ahí estaba la solución de todo lo intentado, que no debía buscar más. Cerrar el relato y abrir otro, solo de ser necesario, antes de que todo se embarrara y tuviera que escribir un final argumental como matar a Javier o que ese personaje contara su final. Un giro tal vez hábil pero débil y él no quería un final así. Creía que Len tampoco. Era posible que a Oto S Bach no le importara; como tantas cosas por las que nunca había demostrado un interés consistente. Todo lo que había iniciado parece que ahora se desvanece en el aire penso en un giro Marxista.
- Si?, tenés que contarme. Un poco curiosa pero decepcionada.
- Dejame que te cuente algunas imagenes...te acordás del Maestro Po?
- Claro, como olvidarlo, pequeño ...
- Je, para la gente con buena memoria, la historia es un camino de pasiones y sorpresas, para nosotros, es un fuego de artificio con momentos luminosos en una larga y pacífica noche oscura y sin estrellas.
Mira, sabe que voy a disparar y espera.
Te acordás de la escena del guijarro?
- To take the pebble and run
- Contamela,vos
- El aprendíz llega ante el Maestro y este le dice, Puedes tomar el guijarro de la palma de mi mano. La piedrecita está allí, justo a su alcance, el es mas joven, el maestro es ciego. Cómo podrá vencerme?. Pero una y otra vez, el Maestró Po abre la mano después del intento y allí está el guijarro, en el mismo lugar que siempre. Hasta que al final, el aprendíz logra su cometido y parte como nuevo maestro, piedra en mano.
- Has pensado en la piedra?
- Si, hasta he intentado sacarsela a otro de la mano, a veces gano otras no.
- No has pensado.
- Como?
- La piedra no es una piedra común, es la carga que llevamos al aprender, es el lazo que creamos al conocer, pero fundamentalmente es eso que una vez que cambia de manos debe empezar de nuevo en otro lugar, en otro aprendiz. No lo explique bien pero pensaba en eso cuando supe del final del relato. La piedra a pasado de mano.
- Varias veces quisiste cerrar el proyecto, que te hace pensar en que eso es así ahora?
- Nada.
Bebe un sorbo de café. El cardamomo era fresco y se cuela como si un jazmin hubiera abierto en el jardín cercano. Mira sus manos, las vuelve de arriba hacia abajo, mira las uñas cortas, las grietas de la piel. Todo parece estar bien.
- Algo pasó?.
- Viste mis manos?
- Si
- Y?
- Nada en particular.
- Están sucias de tinta, se han manchado tratando de terminar con esa historia.
- Bueno, parecen limpias ahora. Lo mira preocupada, su rostro se ha ensombrecido.
Cza tiene ahora esos pinchazos en la retina que explotan en su conciencia, dolorosamente. Ve a Javier, está meditando sobre una leve loma en medio de un claro soleado del bosque. No lo ha visto. El aire se detiene en torno a una persona que medita, no se percibe respiración alguna, ni murmullo. Está solo. Se arrodilla a su espalda y susurra:Death fly. Javier abre los ojos y cae levemente sobre su izquierda en una suave contorsión. Cza guarda su mano en el buche de su buzo canguro, se levanta y se disuelve entre las personas que caminan y corren.
- Estuve corrigiendo el texto de Chen...
- Chen?, no vale la pena
Al chino lo encontró en la casa del Arroyo Doña Flora, un riacho escondido entre la selva marginal y los arrabales de la Ensenada. Chen lo vió antes de que estuviera cerca y corrió, corrió desesperadamente. Unos perros le salieron al paso pero siguió corriendo, saltó un zanjón y quedó resbalando sobre la empinada otra orilla.
- Porqué lo mataste a Siki?
No hay respuesta, el cuerpo se queda allí, quieto, sin razón alguna. Lo doy vuelta. Un trozo de metal abandonado le ha atravezado el pecho como una hoja de hierba. Está muerto.
En el zanjón algún vecino ha dejado un bote breve, una especie de kajak amarillo. Bajar el bote al agua, sin ruido, sin pausa. El zanjón se abre al Doña Flora. Sobre la orilla descubre una ceremonia, dos mujeres, ni jóvenes ni adultas, una más baja que la otra, vestidas de colores claros, celestes y naranjas están mirando un grupo de músicos que comienza a tocar furiosamente.
Un poco más alla, tres ruidos sordos lo sorprenden. Algo cae al agua, no se distingue todavía, está mas allá de la curva del arroyo. Entre los árboles, la figura redondeada del Gallego.
- No podía dejar que los personajes se me escaparan, que hicieran lo que no quería. No me gustan los personajes autónomos...
- La revolución de los personajes, un Pirandello ...
- No, no. Preferiría ahora conversar sobre Maryland, contar otras cosas. Suena cansado, el café se enfría, tintas las manos.

domingo, 12 de abril de 2009

Venus me guiña un ojo

Venus me guiña un ojo. Salgo al balcón y Venus me guiña un ojo. Bella, ella, bella estrella.
Como, mientras la miro a Venus, y pienso en que Fernanda no puede hacer un comentario antisemita en mi presencia, pero lo hace. Y nadie salta a discutirle, a pesar de que Juani me mira con cara de “Entendí. Tranquila, no saltes”. Y yo no salto porque estoy podrida de saltar por las discriminaciones de mierda en las que me siento discriminada. Para las minas –y muchos de los tipos de mi edad- soy una judía puta, por decirlo rápido. Cuando se ponen homófobos me resulta relativamente fácil salir a refutar leyendas, pero cuando se ponen antisemitas y sexistas me resulta más difícil. Espero que alguien salga a defender posiciones en abstracto, pero eso no sucede.
La Negrita sigue comiendo y mirando a Venus, y un poco más lejos mira a la luna que ya está menguando. La Negra es judía, negra, marxista y un poco puta. James Baldwin, el escritor norteamericano, decía algo parecido acerca de sí mismo: que era la síntesis de lo discriminable. Pero lo que le jode es que gente cercana diga con naturalidad que alguien es judío, dando por sentado que ese es un dato negativo acerca de una persona. Y que nadie salte a poner los puntos sobre las íes. O que una mujer es una puta sencillamente porque maneja su sexualidad con cierta libertad, sin preguntarse demasiado si está “construyendo una pareja”. A la Negra no le interesan las parejas. Hace un tiempo que lo único que espera es un poco de paz y alguna alegría de vez en cuando.
La Negrita es mujer, negra, judía, marxista y un poco puta. Muchas veces ha visto en los ojos de otras mujeres el juicio acerca de cómo ella maneja su sexualidad. Hay algo que en su entorno parece ser naturalizado: la Negra viene de una familia de clase media baja. En su casa no había libros, ni discos, ni se iba al cine. La abuela paterna había sido criada en la casa de un político radical y del abuelo no se hablaba. Había un apellido que bien podía pensarse que era un invento de la abuela, pero de ese señor no se hablaba. El padre de la Negra creció en la ambigüedad de la casa grande, del amor irrefrenable de las hijas adolescentes del político por ese niñito llegado no se sabía de dónde, pero ese niñito no tenía los mismos derechos que ellas. Mientras fue un bebe era mostrado a las visitas, pero cuando creció su presencia morena dejó de ser vistosa. Y quedó relegado a la cocina.
Pasaron los años y el padre de la Negrita se casó con la hija menor de un judío errante, de un cuéntenik pobre y temeroso de dios. Y así nació la Negra, que es mujer, negra, judía, marxista y un poco puta. La últimas dos características por elección propia.
La Negrita, entonces, mira a Venus y a la luna menguante mientras se siente poca cosa. Se acuerda de la mirada de Laura ese día en lo de Javier. Se acuerda de Fernanda diciendo "Claro, es una judía", de aquella mujer platinada y neurótica que la tiene podrida. Y se acuerda del Carli diciéndole que si no dice lo que la hincha va a explotar. Pero ella se siente poquita cosa y teme que si dice aquello que la hincha va a ser menos todavía.
La Negrita lee con voracidad porque quiere recuperar el tiempo perdido durante la infancia. Cuando entró al colegio secundario -a ese colegio elitista y tradicional al que todavía no sabe cómo entró- se dio cuenta que todas las cosas que ella sabía eran consideradas mersas, y que ella no sabía de qué hablaban sus compañeros. Para colmo era negra y judía, y no sabía cómo había que vestirse para ir a ese colegio tradicional y elitista. Ella era una chica morena, alta pero menuda, que en primer año empezó a echar lomo. La despreciaban porque era negra y judía, pero progresivamente la empezaron a mirar con admiración -piernas largas y bien formadas, culito respingado y un par de tetas no muy grandes pero paraditas.
Pero ella no quería la admiración por el cuerpo que estaba echando. Ella quería compartir esos códigos que desconocía y ahí se puso a leer como una posesa, y se hizo marxista.
El primer tipo con el que se encamó era uno de los militantes más refulgentes del colegio. Ella estaba en segundo año, él en quinto y era alto, rubio, de familia bien platense y hasta hacía poco tiempo sólo se interesaba por el rugby, las Fred Perry y el qué dirán. Casi súbitamente se había politizado, como se decía en esos tiempos, y la Negra, con sus pilchas de barrio y sus ojos admirados, era una forma de acercarse al Pueblo. El Lince no contaba con que la Negra era judía y vorazmente lectora. No contaba con que ella era la que, a pesar de sentirse poquita cosa, podía darlo vuelta como un guante cuando discutían de política. Ella lo desarmaba desde su sagaz ingenuidad. Él quería encuadrarla en la orga, pero ella era demasiado librepensadora para esas cosas, y demasiado marxista para el peronismo. Ella se sometía desde el amor incondicional, pero se rebelaba desde los conocimientos recientemente adquiridos.
El Lince ... Alberto ...
La Negra ya no come, pero sigue tomando vino tinto de su copa. En realidad de la copa de Laura, que le prestó la casa por unos días porque se fue por laburo a Guatemala. A la Negra le gusta la casa de Laura, aunque Javier insista en que parece una escenografía vacía. Y la Negra le agradece a Laura la oferta, hecha con todas las delicadezas del caso, de cuidarle las plantas durante el viaje. Laura sabe que la Negra malvive en una pieza de la casa de Gabriel y que unos días en su departamento son una especie de vacaciones. Laura le deja una caja de buen vino y la heladera llena de quesos, fiambres, aceitunas, tomates, frutas con la precisa indicación de que beba y coma lo que se le antoje.
¿Por qué la cabeza se le divagó hacia el Lince? Hacía mucho que no pensaba en él. Tal vez porque fue la primera persona que la trató de puta cuando ella se tomó las mismas libertades que él se tomaba y se pasó toda una noche de charleta y bailongo con otro tipo mientras él misteaba con la rubia de la UES de Liceo. O tal vez fue porque se pasó gran parte del fin de semana leyendo algunas de las biografías de jefes montoneros que encontró en la biblioteca de Laura.
Sigue Venus, roja, guiñando los ojos. La Negra sabe que es un planeta pero prefiere pensarla como si fuera una estrella. Se le escapa una maraña de recuerdos.