lunes, 8 de junio de 2009

Resbalando rapido

La camioneta saltó por enésima vez y yo con ella. En la cabina, un conductor de edad imprecisa, pequeño y macizo solo por el hecho de dejar pasar la vida trabajando. Una cara larga, para nada triste podia ver cada vez que miraba para atrás, a la caja donde unas nueve personas y yo, un perro, dos gallinas y una bolsa, un saco como dicen ellos, en el centro de la escena. Creo que solo le preocupaba qué era o que pasaba con esa bolsa de arpillera amarillenta, de urdimbre limpia y trajinar sucio. Un giro brusco y una frenada. Una gallina se escapa y el perro va tras ella. Esto no puede estar pasando!.
Una señora pequeña pero rellena, con faldas de color violeta y camisa como de viyela azulina y chaleco azul y un sombrero copudo, negro, va, detrás del perro, de la gallina, de la cena. Nos detenemos al grito de, Zul!, acá. y el perro que ni caso, pero la mujer se da vuelta sin dejar de correr como si pudiera flotar sobre el piso, hojas barridas por el sendero. Seguí!, te encuentro adelante. Y la camioneta corcoveó y salío despedida hacia una curva imposible entre casuchas pequeñas y pozos amenazantes. Seguir?, Tencuentro mas adelate?. Cómo?, si nosotros vamos en camioneta y ella a pié, por rápido que lo haga, va cuesta arriba, no, no puede ser!.
Por lo menos hay mas espacio, lástima por el perro, era el único que parecía verme, no es facil para un pinta de gringo andar a pie por estos lados. Por lo menos no hay aquí ese polvo que flota y flota bajo el mero encantamiento de ser liviano como el talco pero áspero y sucio.
Y a mi, que me incomoda tanto el silencio, la mirada baja y dura, durisima de dos carbones tallados de tanta coca y altura, piedras que se desarman con el tiempo y sin embargo perduran. Y sin embargo soy feliz, no por el aire trasparente de las montañas, no por las comidas sabrosas e inciertas, por estar ahí.
Les conté que la camioneta es un atadijo de chapas y metales, un poco de pintura unas maderas claras, alineadas en un peine de la caja, gomas de dibujito que no tienen ni creo que tuvieran en algun momento algo que no fuera una lisa e indefinible superficie de rodamiento. No, no les conté porque lo que me viene a la memoria, toda junta, son el perro, las gallinas, las ropas olorosas, el polvo, los golpes y la bolsa.
El pueblo termina en la esquina y ni señales de la mujer, del perro o tan solo de la gallina que por salir primero, ya deberia de haber llegado. Ultima oportunidad!
Miro en torno, entre saltos, entre nubes, entre casitas y nada. No hay nadie, todo quieto, todo silencioso. Mi apuesta secreta la he ganado, por una vez, le he ganado. Miro hacia el conductor. El mira hacia adelante, al campo. Hemos dado muchas vueltas.
De repente, todo se detiene, la camioneta, el chofer, los saltos. Solo el polvo sigue, y la conversación callada de mis acompañantes. Abre la puerta y baja. Uno de los dos hombres gordos vestidos de marron le alcanza la bolsa por sobre las maderas que cierran los lados de la camioneta. Y se va, se pierde en un pasillo luego del cual se adivina una puerta gris violaceo, descascaradamente pintada hasta encubrir una sombra oscura, secreta.
Uno de los gordos, el de camisa blanca, saca de su bolso una bolsa de papel amarillento. No es una gran bolsa, es tan solo una bolsa de panadería de la que saca unos pastelillos de manzana, acidos y dulzones, perfumados a limon y canela. No esperaba eso. Unos meses mas tarde, en mi propia cocina, ensallé varias veces la receta irrepetible. El olor a caramelo del almibar, las manzanas tiesas color aguamarina sobre el marmol blanco de la mesada no podían disimular la ausencia de la altura, del aire puro, momentos.
La altura tiene varios componentes, uno, claro está es que el aire raspa, engaña y se retira a lugares alejados, es algo que falta como el mango a fin de mes. Pero no me refiero a eso, la altura tiene un pacto con el tiempo, el tiempo se curva, es mas, se retuerce sobre si mismo e insiste en no transcurrir. No está detenido, es solo que adopta una condición retenida, escamoteada. Dos viejos sostenidos en torno de una mesa a la sombra en una partida de amarillentos dominós en la cual apostaron la cuenta del día del vermouth con complementos que se despachan entre un minuto y otro.
Tal vez, talvez por eso es que no me di cuenta, tratando de respirar con mis pulmones de llanura y rio ancho, de la señora que ahora nomás estaba subiendo a la caja de la camioneta, la gallina colgando como en un cuadro de Velazques?, blanca, sudorosa y seguro con alguna marca de colmillos del perro que, con la cola gacha no se anima a subir. Todos, los otros es decir, no yo, que hago mi esfuerzo por no perder nada ni mucho menos el aire sucio o el aliento escaso, ni la señora que se sienta ahí nomas, enfrente mío, ni la gallina, atada ahora a la otra gallina por las patas amarillas. Todos están, dormidos como en una siesta insoportable, duermen, si, despiertos, las caras atentas, duras como centinelas de piedra y lana de llama, en silencio, somos de nuevo nueve. Un número mágico.
Como pudo Ernesto pasar por aqui, indemne. No indemne no, tranformado, trastocado como un juego de biribirloque que no es un truco, son 500 años y ellos están alli como una foto, solo que hace solo 200 años que se inventó el dispositivo, casi al mismo tiempo que las burguesias locales inventaron la independencia de la casa matriz, el Reino de España. Al cual no pudieron terminar de volver en ningun momento de todo ese período. Es extraño saber que en los tiempos de Leonardo da Vinci ya se disponía de una forma de captar lo que se veía sin usar pinceles, lapices o carbones. Las imagenes que llevaban el desafío de los materiales implícitos en todo su proceso. Tal vez esas fotos sean mas precisas que mi recuerdo de esas personas pero no mas fieles.