domingo, 12 de abril de 2009

Venus me guiña un ojo

Venus me guiña un ojo. Salgo al balcón y Venus me guiña un ojo. Bella, ella, bella estrella.
Como, mientras la miro a Venus, y pienso en que Fernanda no puede hacer un comentario antisemita en mi presencia, pero lo hace. Y nadie salta a discutirle, a pesar de que Juani me mira con cara de “Entendí. Tranquila, no saltes”. Y yo no salto porque estoy podrida de saltar por las discriminaciones de mierda en las que me siento discriminada. Para las minas –y muchos de los tipos de mi edad- soy una judía puta, por decirlo rápido. Cuando se ponen homófobos me resulta relativamente fácil salir a refutar leyendas, pero cuando se ponen antisemitas y sexistas me resulta más difícil. Espero que alguien salga a defender posiciones en abstracto, pero eso no sucede.
La Negrita sigue comiendo y mirando a Venus, y un poco más lejos mira a la luna que ya está menguando. La Negra es judía, negra, marxista y un poco puta. James Baldwin, el escritor norteamericano, decía algo parecido acerca de sí mismo: que era la síntesis de lo discriminable. Pero lo que le jode es que gente cercana diga con naturalidad que alguien es judío, dando por sentado que ese es un dato negativo acerca de una persona. Y que nadie salte a poner los puntos sobre las íes. O que una mujer es una puta sencillamente porque maneja su sexualidad con cierta libertad, sin preguntarse demasiado si está “construyendo una pareja”. A la Negra no le interesan las parejas. Hace un tiempo que lo único que espera es un poco de paz y alguna alegría de vez en cuando.
La Negrita es mujer, negra, judía, marxista y un poco puta. Muchas veces ha visto en los ojos de otras mujeres el juicio acerca de cómo ella maneja su sexualidad. Hay algo que en su entorno parece ser naturalizado: la Negra viene de una familia de clase media baja. En su casa no había libros, ni discos, ni se iba al cine. La abuela paterna había sido criada en la casa de un político radical y del abuelo no se hablaba. Había un apellido que bien podía pensarse que era un invento de la abuela, pero de ese señor no se hablaba. El padre de la Negra creció en la ambigüedad de la casa grande, del amor irrefrenable de las hijas adolescentes del político por ese niñito llegado no se sabía de dónde, pero ese niñito no tenía los mismos derechos que ellas. Mientras fue un bebe era mostrado a las visitas, pero cuando creció su presencia morena dejó de ser vistosa. Y quedó relegado a la cocina.
Pasaron los años y el padre de la Negrita se casó con la hija menor de un judío errante, de un cuéntenik pobre y temeroso de dios. Y así nació la Negra, que es mujer, negra, judía, marxista y un poco puta. La últimas dos características por elección propia.
La Negrita, entonces, mira a Venus y a la luna menguante mientras se siente poca cosa. Se acuerda de la mirada de Laura ese día en lo de Javier. Se acuerda de Fernanda diciendo "Claro, es una judía", de aquella mujer platinada y neurótica que la tiene podrida. Y se acuerda del Carli diciéndole que si no dice lo que la hincha va a explotar. Pero ella se siente poquita cosa y teme que si dice aquello que la hincha va a ser menos todavía.
La Negrita lee con voracidad porque quiere recuperar el tiempo perdido durante la infancia. Cuando entró al colegio secundario -a ese colegio elitista y tradicional al que todavía no sabe cómo entró- se dio cuenta que todas las cosas que ella sabía eran consideradas mersas, y que ella no sabía de qué hablaban sus compañeros. Para colmo era negra y judía, y no sabía cómo había que vestirse para ir a ese colegio tradicional y elitista. Ella era una chica morena, alta pero menuda, que en primer año empezó a echar lomo. La despreciaban porque era negra y judía, pero progresivamente la empezaron a mirar con admiración -piernas largas y bien formadas, culito respingado y un par de tetas no muy grandes pero paraditas.
Pero ella no quería la admiración por el cuerpo que estaba echando. Ella quería compartir esos códigos que desconocía y ahí se puso a leer como una posesa, y se hizo marxista.
El primer tipo con el que se encamó era uno de los militantes más refulgentes del colegio. Ella estaba en segundo año, él en quinto y era alto, rubio, de familia bien platense y hasta hacía poco tiempo sólo se interesaba por el rugby, las Fred Perry y el qué dirán. Casi súbitamente se había politizado, como se decía en esos tiempos, y la Negra, con sus pilchas de barrio y sus ojos admirados, era una forma de acercarse al Pueblo. El Lince no contaba con que la Negra era judía y vorazmente lectora. No contaba con que ella era la que, a pesar de sentirse poquita cosa, podía darlo vuelta como un guante cuando discutían de política. Ella lo desarmaba desde su sagaz ingenuidad. Él quería encuadrarla en la orga, pero ella era demasiado librepensadora para esas cosas, y demasiado marxista para el peronismo. Ella se sometía desde el amor incondicional, pero se rebelaba desde los conocimientos recientemente adquiridos.
El Lince ... Alberto ...
La Negra ya no come, pero sigue tomando vino tinto de su copa. En realidad de la copa de Laura, que le prestó la casa por unos días porque se fue por laburo a Guatemala. A la Negra le gusta la casa de Laura, aunque Javier insista en que parece una escenografía vacía. Y la Negra le agradece a Laura la oferta, hecha con todas las delicadezas del caso, de cuidarle las plantas durante el viaje. Laura sabe que la Negra malvive en una pieza de la casa de Gabriel y que unos días en su departamento son una especie de vacaciones. Laura le deja una caja de buen vino y la heladera llena de quesos, fiambres, aceitunas, tomates, frutas con la precisa indicación de que beba y coma lo que se le antoje.
¿Por qué la cabeza se le divagó hacia el Lince? Hacía mucho que no pensaba en él. Tal vez porque fue la primera persona que la trató de puta cuando ella se tomó las mismas libertades que él se tomaba y se pasó toda una noche de charleta y bailongo con otro tipo mientras él misteaba con la rubia de la UES de Liceo. O tal vez fue porque se pasó gran parte del fin de semana leyendo algunas de las biografías de jefes montoneros que encontró en la biblioteca de Laura.
Sigue Venus, roja, guiñando los ojos. La Negra sabe que es un planeta pero prefiere pensarla como si fuera una estrella. Se le escapa una maraña de recuerdos.

2 comentarios:

Javier dijo...

Nota del Coeditor:
La sonrisa no tiene patria.
El afecto no sigue ningun camino.
La felicidad es esa cosa esquiva que no se puede buscar pero que a veces te encuentra.
Dejemos al agonista sin público, a solas no hay diferencias.

Lacha dijo...

Extraordinario!!!
POr fin volvi, como lector, valió la pena.