viernes, 7 de junio de 2013

Tarde piastes

La ultima vez que estuve en la puna, el viento estaba detenido entre dos bocanadas de polvo y arena. Casa tiene. Una planta de barro y piedra, encalada sobre la que se cuelgan una ventana de cuatro vidrios y maderas de color de cielo y fondo oscuro, y una puerta abierta solo para amigos. Un chucho se encarga de eso.
El espacio entre la puerta y uno, no es mas que una cancha abierta, con una pirca de piedras y palos apurados en una linea que se quiebra cinco veces para cerrarse sobre si misma dejando toda construcción dentro. Me cuentan que las piedras vienen de lejos, las trajeron con mulas y llamas tal vez. Es que son tan viejas y pobres que no había camión que las transportara.
Parado desde la piedra un cuis pone su hocico al norte, allí donde si lloviera unas gotas una alfombra de flores nacería en un día o dos, hasta el próximo olvido. Hasta aquí casi todo, una queñua, unos trastos, ni tranquera.
En la casa vive ahora nadie, la vieja que la cuidaba se ha ido y sus cabritas se toman el sendero de la transhumancia a los cerros, pasando la salina, arriba, donde el aire se demora antes de irse para siempre.
Allá vive en una tapera de verano, cerco de palos y una vertiente que baja del cerro, tan diminuta como una lágrima que cae minuto a minuto, todo el día si no hiela. Es el único agua simple, sino, hay que caminar bastante.
Una tarde hace tiempo nos llegamos ahí con Fabián Cacivio, un tipo gordo y bonachón que respiraba profundo como si quisiera despertar de tremenda pesadilla. Fue juez en la provincia, en esa tarde no era juez, era un tipo que el camino había traído y lo había dejado a la orilla, casi por descuido. Enfermo, tomaba pastillas, grandes, chicas, largas, cortas, todas blancas. Esa tarde se equivocó una por otra y lo dejaron, conmigo pero no a mi cargo. Abandonado. Sin aire pero con plata, que aquí, aquí no sirve de nada, excepto para perder el tiempo, ese que transcurre a escondidas mientras tratamos de irnos de aquí a alguna parte.
Ya es tarde. El juez saca un atado de cigarrillos que se apagan si no pita y si pita tose, pero no se aguanta hasta que se acaban. Y entonces nervioso empieza a canturrear coplas que aprendió dice que en Purmamarca pero se olvida e inventa. Una suerte que no baile, sino se nos muere ahi nomás, con susto y morado. Es el amor el que lo ha traido tan lejos, llego tarde, y el amor lo ha dejado, de a pie, conmigo, que no soy buena compañia.

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