viernes, 27 de julio de 2012

caracú

Con el frío le da por comer puchero de caracú a la noche. Come su gran puchero sola en la casa en la que vive pero que no siente como propia. Come puchero de caracú con mayonesa hecha en esta casa que es y no es su casa. Come puchero, toma un cabernet sauvignon, trata de ver una película, pero no encuentra nada para ver. Se va a dormir con la panza llena y el alma vacía. Entonces a las 3 de la mañana la despierta el ruido de la calle, y ya no se puede volver a dormir.
Al despertarse se da cuenta que le duele la cabeza y que no ha podido digerir el gran puchero ni los chocolates que comió; que el cabernet sauvignon le cayó mal, que hay una idea atascada en su cabeza hace un par de años que la tiene obsesionada y no le permite avanzar en ese camino que se hace al andar. Está paralizada, está plantada en un lugar que no cambia a pesar de los cambios.
Se levanta y prende la radio. Viejas costumbres del insomnio: el mate, el cigarrillo, la radio. Una voz de mujer lee un cuento de Alejo Carpentier, que ya escuchó en otro insomnio hace un par de semanas. Y después suena otra voz de mujer, cantando una vieja canción conocida.
Piensa, piensa, piensa. Ya su médico brujo le dijo que debe pensar menos. Y también se lo dijo el sensei. Y se lo dijo el duende de las sierras. Y se lo dijo el amigo de los dos cerebros. Y se lo dijo el oscuro amor ajeno y lejano. Todos le dicen que piense menos, pero está en su naturaleza. Es una filósofa zaparrastrosa, diría el médico brujo; una virginiana cabal, diría el horóscopo. Piensa y destroza lo mejor que tiene. Cuando se despierta y piensa el insomnio está garantizado.
Pero la máquina de pensar piensa mal. Le falta caracú, y no el del puchero.

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