viernes, 16 de abril de 2010

Una cena en la cima del mundo

LA ENTRADA A LA PEQUEÑA COMUNIDAD
Esta es una historia que tal vez no se habría escrito si las mujeres no me resultaran personajes tan seductores como lejanos e incomprensibles. De hecho, no hay nada de extraño en esto y sí en que haya escrito, lo que cada vez me cuesta más o menos, según el caso.
Todo sucede en una ciudad pequeña con presunción de aires mundanos, en una calle angosta y oscura y en un apartamento del octavo piso.
He visitado muchas veces esa ciudad desde que éramos chicos y no tanto. Es una ciudad tan extraña como que existen pocas en el mundo. Una serie de calles anchas que se resuelven en otras mas angostas en una sucesión programada en base a la proporción aúrico que remite a las vocaciones masónicas de fines del siglo diecinueve, al higienismo militante de los espacios abiertos y a un fundamento cientista del progreso de las sociedades humanas.
Las gentes de esta ciudad tienen la idea fundamental de la cuadricula y las calles ordenadamente numeradas.
Nueve es el nombre de la calle que tiene por segundo nombre el apellido de un prócer de la independencia. Nada refiere a lo que allí sucede a diario, todo ha sido tratado asépticamente. No figuran en el mapa ni la casa de las putas finas de mitad de cuadra, ni la escuela publica con el vendedor de secretos prohibidos, ni los locales comerciales de grandes luces y altos precios.
Bien, vayamos al tema que todo esto no es relevante excepto para aquellos que piensan que las personas terminan reflejando el medio donde viven. Particularmente siempre he pensado así, tanto que en mis viajes tiendo a parecerme como un Zelig a los habitantes del lugar, lo que me ha puesto en ridículo mas a menudo de lo que es necesario. Esa es una de las teorías posibles acerca de las gentes, porque hay otra que dice que las personas reflejan el tiempo en el que viven, y otra que dice que las personas reflejan lo que comen, y otra que dice que reflejan lo que han sido en otras vidas (otros lugares, otros tiempos, otras comidas).
Nada más que para seguir con esta historia, acordaremos con que las personas reflejan el lugar en el que viven. Una ciudad cuadriculada como un damero de ajedrez, una calle estrecha (angosta y oscura), un edificio alto, un departamento en el octavo piso, una cocina estrecha, una mesa redonda, una botella de vino, un plato de comida casera -diría Caetano, recuerdos de la infancia.
Hay también una pared con libros, otra con discos, otra vacía.
Y hay distintas descripciones del espacio: una escenografía, una casa vacía, una casa perfecta, el espacio deseado o, finalmente, qué bien que viven los progres -Maguila dixit.
El edificio, los balcones disimulados en una trama de hormigón y vacíos inciertos, rejas y cristales contra sorpresas desagradables. Nueve, talvez diez pisos encajonando la calle, un muro clástico entre lo público y lo privado.
- No tan privado
- Miré a mi pareja con la intención de hacer que no comprendía. Vestida con unos pantalones gris verdoso que en la oscuridad brillaban con una tenue luz iridiscente, sin curvas, solo trazos en el silencio húmedo de nuestras impresiones tardías. Un abrigo liviano, adecuado a las noches de otoño, límpidas y encerradas de estrellas, viento y poca gente. El otoño en esta ciudad se torna áspero con el transcurrir de las horas, lo he notado con frecuencia. La temperatura se desploma súbitamente y las gentes se refugian en los interiores más acogedores. Pocos transitan sin rumbo en la calle, algunos sorprendidos, pocos sin techo, menos enamorados, ningún soñador.
- Ya vas a ver en cuanto estemos a su altura.
- Le devolví la mirada astuta sin comprender ni jota. A que venia todo esto, de vivir en pisos teníamos solo la imperfecta impresión de las visitas, de los turistas y los miradores. Puse el dedo sobre el nombre del piso dudando como siempre, si era el correcto. Los pisos tienen un parecido como los temas de rock, las salsas de los restaurantes de oficinistas, los nuevos modelos de automóvil y las chicas de moda, me saben a viaje conocido.
- Si? Canturreo el portero eléctrico.
- Nosotros, dije con aire cómplice, Lucia y Javier
- Ya se, bajo enseguida, estaba y la voz se perdió al alejarse del micrófono
- Portero eléctrico, cuando era chico me lo imaginaba como un robot que te atendía al ring del botón. Un tipo alto, algo gordo, limpio y metálico, como el Dr. Oliphant de Astroboy. Pero la realidad antropológica suele ser un tanto más torpe y desmañada que las imágenes infantiles.
La puerta de falsa madera escondía a quien bajaba a recibirnos como otro juego de niños, todo el resto, excepto tal vez el piso, el techo, el marco de la puerta, un par de sillones vacíos, una patética lámpara de pie y dos bolas blancas, era transparente como el cristal del que estaban hechos. Un alarde inútil, ni siquiera un gesto, te veo, me ves, no puedes tocarme parece decir todo el decorado, pero, a quien se le ocurriría sentarse en esos sillones vacíos. Me imagine a un gordo pelado, en pijamas y camiseta, los pies en una palangana con agua y pétalos de rosas, tomando sodeado como le decimos al vino con agua carbonatada. Que bueno que no hay TV y no tengo que recrear el partido de fútbol o el conductor gritón que se cree estrella y
- Ah, hola, que elegantes y yo que no pude ni bañarme como dios manda
- ¿Y como es eso?
Laura me ignoró olímpicamente no se si para encubrir mi gafe o para entregar uno de esos secretos que las mujeres tienen para estimular la conversación y que los varones creemos parte de un lenguaje subliminal formulado con el solo fin de hacernos desear sexualmente al otro o la otra en este y muchos otros casos y que por lo tanto nos conduce a donde estábamos: perdidos en la jungla de las relaciones sociales.
- Pasen, pasen, tengo la comida en el fuego y
- Eh, ¿no se va a quemar, no?,
Esta vez no pudo ignorarme y apuntó, que no, está todo marchando y además ya estamos subiendo. Cosa que yo ya me había dado cuenta pero creo que lo dijo para demostrarme que si iba a hacer comentarios idiotas toda la noche, ella iba a estar a la altura.
El piso de Laura es un vacío lleno. Lo que se me ocurre para referirlo es una danza moderna, con un escenario límpido, jugado con luces y tenues penumbras, siempre hay una música deliciosa, suave, indescifrable en el ritmo y la tonalidad, pianos y voces femeninas son los detonantes. Tiene también algo de cine, carece de olores. Será porque mis casas tienen siempre olores, a perfumes, a humo de leña, a maderas, a perros, a ropa sucia, a la tierra que levantan los autos que pasan por la calle. Aquí no, excepto el tabaco. No me gustan las mujeres con tabaco. Pero volvamos al piso y al orden que de otra manera, bueno, no estamos muy acostumbrados a racionalizar el desorden y relaciones más difíciles que los números primos. Al piso se ingresa como es regular, por una puerta, situación que todos por lo general conocemos y en la cual por ende no voy a detenerme mas que para decir que desde ese punto uno tiene una panorámica casi completa de lo que allí existe. Está Laura, un espacio abierto, claro y límpido con una mesa redonda de tres o cuatro patas disimulada por un mantel negro, individuales de bambú negro que hacen fondo neto a los cubiertos acerados y los platos por ahora ausentes, tan ausentes como las copas y el vino que por cierto estoy necesitando. Comparten este ambiente una biblioteca repleta de ejemplares que uno no tendría y agradece no tener que leer con la excepción manifiesta de unos pocos, puestos allí como con intención para disminuir el impacto de semejante concatenación de títulos propios del siglo 20. muertos, desaparecidos, desaparecedores, salas de desaparición, grupos de desaparición, torturas, torturantes, torturados en cientos de fotos, casi todas blanco y negro como la muerte del Che en Bolivia, trata de blancas, negras, morenas o peligrosas, niños también y trabajo esclavo, un jazmín del Cabo, lapiceras de múltiples colores y tinta regular azul, una computadora abierta en un correo a responder, un móvil detenido en el aire quieto, otra biblioteca abarrotada ahora por eso que fueron vinilos y luego casetes, ahora CDS y mañana quien sabe, tal vez silencio. Un pasa discos, heredero impensado del wincofon a baterías. Una foto de Laura con Aro, pasajero de los espacios abiertos, canturrón saltineante del paraje más lejano. En la foto hay un mensaje que dice poco más que nada y eso es mucho para casi cualquier foto. Me gusta esa foto, esta Aro y está Laura.
Esta habitación. Y el nombre es muy correcto porque es el espacio de habitar, es donde Laura está, no la veo en otra parte de la casa, talvez la cocina, rezumando entre cacerolas de barro y cobres con aceites rebullendo olivas. Y mas, es el lugar del hábito de laura, donde escribe, lee y rebota sobre una pelota verde, tan grande que no puedo abarcarla en un abrazo propietario y rebotona, tan rebotona como verde y verde como tal vez son las plantas que Laura tiene en el balcón. Ya me avance en el balcón, saltando del habitare, al habito, al habitus y al haber. El balcón es la puerta al mundo interior de Laura, un desorden meridiano, ensayos que se secan pero siguen ahí, pendientes, cajas de vidrio llenas de aire y piedras, restos de viajes, agua, tierra, una caracola, tal vez dos, no sé, piedras romas, chatas, grises, blancas, pedrosas, mas arriba el aire que cede a la ciudad con el ímpetu de los sueños, al otro lado, el vacío incompleto de una pared que no existe y no se porque pero me representa a cuando Laura cae en Laura y es solo Laura, con sus patas esdrújulas, su tinta china, su no deber.
Del otro lado están las otras Laura, la del dormitorio, la cama blanca que se adivina desde el pasillo y no digo nada mas, porque nunca vi a persona alguna en ese lugar menos publico que el baño al que uno recurre por necesidad una o dos veces por reunión. La primera por curiosidad, la segunda por placer. Al final del corto pasillo esta el lavabo, el espejo, el jabón, la toalla cuidadosamente plegada y tal vez hasta perfumada, no se porque nunca pero nunca se me ocurrió romper esa prolija imagen de culto.
Como en todo relato que siga las pautas de la academia, casi al final el nudo que propone la cocina, de tan angosta casi incomoda. El arquitecto, hábil en el arte del birlibirloque disimulo el efecto opresivo con una ventana que mira sutilmente al vecino ubicado a unos tres metros, también cocinando y uno se siente tentado a prefigurar un dialogo anónimo entre ¿conocidos?
- ¿tienes invitados?
- ¿Que te importa?, no, muy obvio. Mas vale una mirada pausada, levantando ligeramente la cabeza todavía inclinada hacia abajo, a la tabla de picar con los pimientos colorados y las cebollas moradas.
- Que vas a cocinar? Intentando ser aunque sea agradable, agradablemente simpático, simpáticamente divertido, divertidamente torpe, torpemente atrevido, atrevidamente equivocado.
- Cerdo
Pero el vecino no estaba y yo solo intentaba el juego de que pasaría si, pero no. Laura como un peluquero hábil danzaba entre la olla, la sartén, el queso, el vino que ahora tenía abierto entre tres copas de cristal, pistachos y castañas de cajú saladas, latas y apios.
- Ah, ¿qué estás cociendo?
- Solomillos de cerdo, unas papas, unas hierbas, algo mas.
Hay veces en que uno quiere saber todo, como se le ocurrió, si lo había cocinado antes, para quienes, si es dulce, agrio, salado, seco, picante, perfumado, colorido, étnico, ojala supiera conversar para enterarme de todo, pero no se y además la charla por lo general me aburre y me disperso como ahora con unas galletas delgadas como el papel y forma de lengua de jirafa que saben bien, realmente bien con el queso oloroso que me gusta probar en lo de Laura y también en lo de Dardo pero Dardo esta en Paris y eso es muy lejos, mas lejos que una noche de vela.
- no te molestó que me auto invitáramos, ¿no?
- Sabes que no, además hacia un tiempo que no nos veíamos.
- Si, si. Donde están las palabras cuando uno las necesita?, uno las tiene conocidas, domesticadas, perfectas listas para cuando la conversación lo exige y entonces parece que les llego el viejazo, se olvidan, tropiezan unas con otras de tal forma que no sale ninguna y el gesto que las acompaña se queda ahí, fuera de juego, colorado, ensayando una justificación que ahora no es muda sino que viene subrayada por las palabras que tomando distancia una de otra se ordenan, cómplices, seguras de haber logrado el propósito pequeño y amarrete de humillarnos. Por eso no tengo una voz potente y sonora, años de ensayar el susurro susurrante y la voz queda como queriendo escuchar antes que decir o casi. Otro intento torpe.
- Fue...
- Antes de volver de las sierras
- Claro, vos te volviste antes, ¿llegaste a tiempo?
Claro que me acordaba, me volví apurado como siempre, sabiendo que todo podía esperar y darme tiempo para tener el tiempo necesario para, justamente tener tiempo, nada mas que eso, tiempo. Lo tenés a mano, en la mano, pero por poco tiempo. En una oportunidad comentando algo en una clase de la universidad mencione la cuestión de los distintos tiempos, el del reloj que nos condena a la sucesión de sucesos sin final sin objeto ni oportunidad, el de los medios y la computadoras que nos impresionan en su contundencia engañosa, mas instantáneos que el café y tan poco café como el instantáneo. El tiempo o los tiempos de la naturaleza, el reloj biológico, el jet lag y todo eso.
- Si, todavía sigo esperando por ese trabajo.
- La espera es una sabana corta
- Frazada
- Da lo mismo, es corta.
Vayamos a lo básico.
- ¿te ayudo con la ensalada?
- Como quieras. Pero ella tenía dominada la escena en la cocina angosta, el único lugar para lavar las hojas variadas, el dispositivo lavador, las hojas, en fin todo.
- Trajimos unos quesos de cabra.
- Ah, que bueno
- Si, espero que sean buenos, una sola vez comimos uno excelente. Fue en Mendoza, lo compramos en una visita al mercado del centro, un lugar muy lindo
- Lo conozco
- Después nunca mas, y eso que volvimos al mismo lugar pero no hubo caso, cremosos, picosos, duros, nada. Con las lentejas queda muy bien, un día de estos te invitamos…
- Dale (entusiasmada), ¿como lo haces?
- Facilísimo, uso morillas, o morchellas, un hongo muy sabroso en la cocción de las lentejas, sal, algo de pimienta, nada de cebollas u otros bulbos y encima se derriten unas hojas de queso. Simple, exquisito.
- Mm., me gustaría probar eso.
- La próxima
- Si, la próxima
No he comentado nada acerca de cómo íbamos vestidos y tampoco sobre la anfitriona, tal vez por el simple hecho que no eran ropas de ocasión. No quiero decir con ello que vistiéramos ropas vulgares, de entre casa, no, de ninguna manera. De hecho Laura llevaba un conjunto negro, tan negro como las vestimentas de las españolas o las sicilianas del otro siglo, o por lo menos de las películas del franquismo y del neorrealismo italiano. Un negro opaco como las vidas terrosas de las que los vestían y que refieren siempre al luto de las lloronas de las despedidas tardías de los vivos.
Laura vestía un ligero conjunto de remera de mangas largas algo arremangadas, negro de brillo grafitado como la seda natural, un pantalón negro, posiblemente de algodón tramado, todo ajustado al cuerpo de extremidades delgadas y elásticas, calzado casi deportivo, de suelas finas y flexibles, negras sobre el piso de madera clara. Un delantal como una pollera lisa completaba el conjunto con cierta gracia.
Lucia llevaba seguro que por equivocación una falda larga, una camisa y un abrigo tejido en telar. Le hubiera quedado bien un sombrero a esa estudiada combinación de dominante, complementario y acento que nunca podré aprender. Tal vez por provocación. Al violeta y marrón, un toque de amarillo, un perfume suave de flores, la cara lavada, el pelo soñando en torno a su cara. Me quedo viéndola en la memoria.
Soy de los que creen que no hay primer golpe de vista sino una recuperación sin intención del cerebro de las cosas que sentimos. Ver y dibujar, sin intención, una forma casi zen de mirar sin ser observado.
Laura podría tener lo 14 años con que la conocí, Lucia los 17.
Laura está en la conversación con Lucia y yo escucho y pienso respuestas que no diré o simplemente, aguardo como un francotirador el momento oportuno para decir, es probable, la frase equivocada.
- para que me pregunta si después va a ignorar mis opiniones
- silencio
- como?, me perdí, quien pregunta
- sabes quien, mirá, yo tengo mi opinión sobre varios temas y no tengo ningún problema en decirla, pero si me preguntan espero que lo tomen en cuenta
- Yo miraba toda esa biblioteca de volúmenes insondables de temas tenebrosos y no abrí la boca.
- La venta de sexo no es mi fuerte si me preguntas
- Hablábamos del aborto
- Ah, ya opine de ese tema en ese otro lugar que conoces. Por un lado es penoso, me es penoso y por el otro lado, y no porque sea varón, me parece un tema propio de las mujeres.
- Me miraron, pensaron brevemente y siguieron la charla por otro lado sobre el mismo tema
- ¿Quien aborta?, nosotras.
- ¿Y nosotros que, la vemos pasar?
- Es nuestro cuerpo
- Real, pero y el intangible
- El alma decis?
- Si querés, no, digo ese que se construye en la vida compartida
- ¿El feto?
- No
En un intervalo de la conversación, Laura aprovechó para cambiar los platos e ir por una segunda fase gastronómica. Como yo suelo permitirme participar de esos menesteres domésticos con cierta frecuencia, Laura no se sorprendió ni hizo observación alguna. Tampoco Lucía. Es tal vez un reflejo condicionado de la educación adquirida en casa de mis padres, los niños deben ayudar a levantar la mesa y de ser posible, cuando sean mayores, lavar o secar los platos.
En la cocina a unos tres o cuatro metros de la mesa en que estábamos comiendo, laura en voz baja como para que solo yo la escuchara me dijo,
- encontré una nueva cita tuya en el archivo.
Laura, no se si lo he dicho antes, trabaja con archivos de inteligencia de la época de los crímenes de estado. Es uno de los periodos más sórdidos de la historia reciente y tal vez de toda la historia de este país a la vez tan ajeno a este mundo como lugar común.
Transcurridas tres cuartas partes del siglo XX, el desbalance de las fuerzas políticas en parte pero singularmente sociales, llevó a las familias con poder a intentar barrer con esa preocupante evolución de la forma de entender el mundo que principalmente los jóvenes pero también algunos grupos y organizaciones a veces de trabajadores pero no siempre. Había también que depurar las familias patricias de las ovejas negras que en las últimas generaciones se repetían aquí y allá. Basta de Ernesto Guevara Lynch, de brotes enfermantes como los del 68 y por sobre todo, asegurar los medios, medios para ser mas ricos, medios para poder seguir siendo mas ricos, medios para reconocerse como poderosos, medios.
En ese tiempo, la vida era joven e indiscreta. Podíamos proponernos cambiar el mundo, descubrir el embriago de las hierbas, los polvos y los hongos, la música, el hambre, la guerra, la injusticia. Y llego el plomo, la electricidad, la detonación, el grito, las lágrimas, la desesperanza y la oscura espera del día de mañana.
El lugar donde laura trabaja no parece lo que es o mejor, es lo que no parece. Aunque en la entrada solía haber una casilla de seguridad a unos 2 metros por sobre las cabezas de las personas que desprevenidas cruzaban la calle y en la puerta principal un cartel apunta, Aquí funciono la Dirección de inteligencia y seguridad de la Policía de la Provincia de Buenos Aires entre 1970 y 1985; solo se trata de un edificio opaco, modernoso para la época y poco mas. En su interior un gran espacio hace las veces de museo. En las paredes, fotos blanco y negro o en color recuerdan centros de detención clandestina, grupos parapoliciales de tareas, retenes pidiendo documentación y más.
El archivo tiene lo que todos los archivos, cosas que se guardan en forma ordenada para que estén disponibles para consulta mas adelante, cuando sea necesario. Esa es una forma de entenderlo. El archivo también es un aliado de la memoria, como una agenda de algunos de los años idos donde se resguardan las citas de amor o de dentista, las asambleas a las que fuimos y donde hablamos, el color de nuestra vestimenta, el largo del pelo y, como olvidarlo, nuestros números de teléfono, nuestras direcciones, fechas de nacimiento, casamiento y también, quien nos quiere ahí.
Una vez en una reunión hace muchos años cuando volví a encontrar a laura o más bien, cuando laura armó toda la escenografita para volver a encontrarme aunque yo no lo sabía en ese momento y recién empiezo a darme cuenta ahora, recién ahora.
Bien, en esa reunión, laura dijo como al pasar pero haciendo las pausas adecuadas para que todos los oídos sensibles, y el mío lo es, la escucharan sin perder letra: Tengo en el archivo los registros del colegio secundario. Claro que con los filtros de seguridad obligatorios pero se pueden consultar. Y el cielo cayó negro, de golpe, de nuevo, sobre nuestras cabezas. Damocles.
Pude verme con mis quinces, entregando un documento a un gendarme, pintando una pared, saltando otra pared, hablando en un centro de estudiantes, en una asamblea, en una marcha y sentí, juro que sentí, esos ojos oscuros clavados en mi figura desde la sombra del humo de los Particulares 30 verdes.
Todo esta anotado, todo.
¿Puede el piso volverse líquido de repente y aun sostenernos? Sentí un leve vértigo y una necesidad paradójica de querer salir de allí en ese mismo instante y sin mirar atrás dar dos o tres vueltas al planeta, lavando los rastros. Pero en lugar de eso pregunte:
- decime, ¿podemos ir y verlo?, ¿podrías traer lo que nos interesa? Una fotocopia digo. Una forma cobarde de hacer que Laura corriera el riesgo por uno, pero el miedo me tenía a la defensiva de nuevo. De nuevo.
- No. Podes hacer una solicitud pero solo te van a dejar ver donde vos figuras.
- ¿Y yo figuro?, pregunte inocentemente como si estuviera frente a gente que no me conociera.
- Me miro y tan pronto como levante la vista dijo: Como no vas a estar si hasta yo me acuerdo de vos en esa época.
- Yo no, mejor no me acuerdo. No comparto nada de esa época ni quiero saberlo pero tengo curiosidad. Y vos, ¿por que lo sabes?
- Los que trabajamos allí podemos ver los archivos.
- ¿Y el habeas data?
- No te dije de la solicitud, es como el habeas data.
Y ahí pasamos a otro tema porque nadie, excepto laura podía sostener esa atmósfera mucho tiempo, mas de dos o tres minutos. Tan tremenda fue para nosotros esa breve eternidad de 5 años.
-una cita. Se me escapo entre los dientes
-si. Dijo en voz queda.
- Mm., ¿no me dijiste que no podías sacar las copias?
- si, quiero decir no, no de esa época. Mas adelante. Tenemos que hablar.
Me di vuelta con el sacacorchos a medio camino sobre la botella de vino mendocino. Mire con aire de no entender.
- no hago política desde esos años, porque iba a…
- ahora no. Vení, después solo y te lo cuento, ahora la cena.
- Pero…
Y tomando la fuente entre paños de colores, dio media vuelta, me enseño la espalda y fue a sentarse al lado de Lucia y siguieron hablando como si tal cosa.
De nuevo en la mesa, volvi a sorprenderme con el tramado de las conversaciones, el ir y venir de tenedores y cucharas, apenas distraído por los roces leves e inoportunos de los cuchillos sobre la loza.
- Y a vos que te parece el proyecto de ley.
- Es un avance pero no tanto.
Laura me mira y apunta
- te lo envié al correo, ¿lo leíste?
- No, si, no me gustó
- Qué es lo que no te gustó. Necesitamos juntar firmas para que se vote
- ¿Mi firma?
- Si, sabés que las firmas de los varones también cuentan, casi cuentan más que las nuestras.
- Siempre las mujeres con eso de sentirse minoría cuando son mas que nosotros.
- La historia pesa.
- En serio, ¿que es lo que te pareció mal?
- Por empezar los tres meses
- ¿Por?
- Sabes bien que muchos embarazos juveniles no se descubren hasta más allá de ese plazo. Además, ¿porque vas a tener un periodo de libre albedrío y después marche preso?
- Ahí vamos.
- Y más, siguen estando las causales de enfermedad, malformación, violación ahí, privilegiadas en el texto.
- Es que si no están no se cumplen. Además hay que consolidarlas, es una cabecera de playa.
- Lo bueno es que evita que los médicos se excusen a cada rato porque alguien los llamo, es como si uno llegara a una urgencia y ellos pudieran elegir si su moral les permite atenderte.
- Es la vida real.
- Si pero cuando sus queridas quedan embarazadas porque los boludos no usaron los preservativos de rigor, bien que las “atienden”.
- ¿Vas a firmar?
- Ya firmé. Y hablando de proyectos de ley, ¿para cuando el de la eutanasia?
- ¿Que?
- Si, ya no somos pibes y no quiero andar cuadriplejico como lastre de las vidas de las personas que quiero.
- No sos tan viejo…
- Estoy tratando…
- No se nota.
- Mira, me duele la cabeza del fémur, la espalda, veo poco, tengo tos, no juego mas al fútbol, me agito cuando hago el amor…
- No parece. Viste que nunca parece la edad que tiene, esconde lo que piensa y de repente te tira un plomo caliente que nadie puede abarajar…
- Ay, que estoy mal en serio
- En serio? No jodas. A ver. ¿Cuando fuiste al medico?
- Eee, dos, no tres años.
- ¿Al dentista?
- Año y medio
- ¿Practicás algún deporte?
- Taichi, bicicleta hasta que me las robaron. Camino poco
- ¿Fumás?
- ¿Que?
- Tabaco
- ¿Esto es una revisación?, ¿me tengo que desvestir?
- ¿Si querés? Pero no veo el motivo, a nosotras no nos vas a conquistar con tu físico privilegiado.
- Treinta y tres
- Ves, todo un farsante
- Pero la cadera me duele
- El que se acuesta en el piso …
- Pero lo de la eutanasia es en serio
- Si es en serio te hacemos la de las invasiones bárbaras
- Ah, ¿y ustedes piensan que va a haber un montón de amigos que vengan así, a despedirse al final?
- Bueh, tratándose de vos, un par seria suficiente
- Ves para que quiero la ley, con un amigo medico y otro abogado, cartón lleno
- Un agradable par
- Por eso les dicen cuervos
- ¿Un café?
- Italiano, suave y especiado para mi
- Sos imposible.
- My plesure.

3 comentarios:

laura dijo...

Esa es una de las teorías posibles acerca de las gentes, porque hay otra que dice que las personas reflejan el tiempo en el que viven, y otra que dice que las personas reflejan lo que comen, y otra que dice que reflejan lo que han sido en otras vidas (otros lugares, otros tiempos, otras comidas).
Nada más que para seguir con esta historia, acordaremos con que las personas reflejan el lugar en el que viven. Una ciudad cuadriculada como un damero de ajedrez, una calle estrecha (angosta y oscura), un edificio alto, un departamento en el octavo piso, una cocina estrecha, una mesa redonda, una botella de vino, un plato de comida casera -diría Caetano, recuerdos de la infancia.
Hay también una pared con libros, otra con discos, otra vacía.
Y hay distintas descripciones del espacio: una escenografía, una casa vacía, una casa perfecta, el espacio deseado o, finalmente, qué bien que viven los progres -Maguila dixit.
En la cima del mundo hay una posibilidad que no ha sido explorada. La cocina es una de las puertas de accesa, pero hay otras que no han sido golpeadas. Porque la casa -la escenografía, vacía, perfecta, deseada- tiene otras puertas de entrada.

Javier dijo...

cuando dije:
- a mi, las casas me gustan tomadas, me referia justamente a eso.
- casa tomada, como la de Cortazar.
- no, no. cortazar nos contaba de una casa con gente adentro, una pareja si mal no recuerdo, clase media, me lo imagino a el con mocasines marron militar con hebilla dorada, pantalones con como se llamaba ese repliegue como un dobladillo sobre el zapato?, bah, no tiene importancia, camisa lavilisto, chaleco de lana peinada, una cara incierta como la de Barreiro, flaco, con un toque de panza por encima del cinturon de cuero.
- y ella, ya que tanto te haces el bocho con el tipo?
Mire, pensé si responder o simplemente seguir hablando de lo que ya sabia, de esa mina, flacucha pero con unos senos populares, gotosos y ritmicos que el corpiño retenia a duras penas por debajo de un sueter lila, cuello bote por debajo de un cuello largo y delgado, de Modigliani sin ir mas lejos. Una cara intelectual, recatada bajo unos anteojos algo grandes, firmes, pelo castaño grisaceo ensortijado se adivinaba pero retenido tambien por una hebilla y clips invisibles, creo que se les dice imperdibles pero estoy imaginando asi que vale. ah, y faldas, casi channel si channel es algo arriba de la rodilla, ajustada y gris jaspeado. Nunca me gusto mucho el jaspeado pero en esa epoca se usaba tanto que hasta yo tuve un sacon de lana con solapas anchisimas, abrigado como pesado. Debajo de la falda, unas pantorrillas de tenista terminaban en unos zapatos negros, bien lustrados y con taco bajo.
- que suerte que no le pusiste chinelas.
- No, nunca.
Se que las chinelas se las pone solo cuando hace el amor con el coso ese, al que no se que le ve.
Para mi la toma de la casa vino a romper esa relacion antojadiza y enferma. por què tendrian que empezar a confundirse uno con otra con el solo chisporroteo de sus lanas en un roce casual?. Mierda, algun dia voy a poder superar esta mala historia.
- y, digo, porque las casas tomadas?
- Por el olor a humedad, a silencio que viene gente necesitada y convierte en otra cosa. Nada que ver con los chorros y ocupas drogadictos. Digo de familias que van a vivir alli donde no vive nadie y puede vivir.

laura dijo...

Pero usté me cambia de tema, Licenciado. Así no va la cosa.
Y se equivoca con casa tomada, la de Cortázar, porque si bien son un hombre y una mujer, maduros ellos, son hermanos.
ataque de realismo a la vista