sábado, 12 de diciembre de 2009

ceguera

Es de noche. Es verano, o mejor dicho es casi verano. Es la primavera avanzada de un año cualquiera. Es el último año, en algún sentido, y en otro es el primero. La ceguera avanza como un caracol: lenta, pero inexorablemente. Es el primer año en el que se da cuenta que dentro de un tiempo -poco tiempo- no va a poder leer más -al menos de la forma en que se habituó a leer desde la infancia-, no va a ver más el Amado Rostro, no va a poder ver más a las estrellas ni al gingko viejo del bosque, no va a poder mirar más películas ni detenerse hasta el cansancio en el cuadro bellísimo de Paul Klee.
Es de noche y todavía ve. Ve la calle, ve las luces -aunque ya se le aparecen como manchas pintadas por un pintor impresionista. La soledad de la ceguera es la soledad de una cabeza sin referentes externos, piensa. Cierra los ojos, sus hermosos ojos negros cada vez más inútiles, y ve luces de colores, chispazos casi metálicos, refulgencias, reverberancias, ecos visuales. Y se da cuenta que no ve con sus ojos sino con sus sistema nervioso y con su memoria. Y que nada se va a perder.

1 comentario:

Javier dijo...

Al brillar, las luces no tienen fulgor.
Si tu no miras por donde camino, algo se pierde.
Volveras como volviste siempre, una sonrisa y un vaso de vino.