jueves, 21 de mayo de 2009

Siete treinta y dos

No.
Para que levantarse en la mañana temprano si no tienes nada que hacer?
No me hizo caso y siguió deshaciendo las migas de la tostada de ayer en un vaso transparente lleno con un liquido oscuro que no era cafe pero bien podría serlo. Sus ojos tienen el sudor de una noche de mal sueño, de atormentar las sabanas sin sustento. Levantarse temprano para que?. Cuando era pequeña, siempre era la primera en despertarse, aún antes de que el despertador rojo de campanada estridente, de lata vieja aunque fuera nuevo y reluciente y que por la noche atronaba con un tique tac mortal. Porqué sus padres le habían comprado semejante armatoste, no lo sabía. Parecía un tanque blindado, una especie de artilugio de las épocas en que los aparatos eran el resultado del ingenio mas que de la invención y fundamentalmente, debían durar toda la vida. A quien se le ocurre hoy que algo dure toda la vida. Es imperioso cambiarlo casi enseguida de haberlo comprado. No le gustaba esa sentencia por eso los autos le duraban, los pantalones se desteñian en su ropero, prefería las plantas robadas de los jardínes amigos a las variedades híbridas ofrecidas en las vidrieras floridas y algo artificiales de los negocios de la calle, no mencionaré su nombre pero me viene a la memoria esas maisons des fleurs de París y su abigarrada y ordenada oferta de variedades. Pero no era eso algo que preocupara su mañana, no.
Sabanas sucias, sabanas limpias. Siempre dejaba unas migas distribuirse sobre las sabanas, las cobijas de lana de las que era tan dificil sacarlas y el piyamas.
Aún asi los ojos cansados no se volvieron hacia mí. El sol de invierno le pegaba duramente en la espalda. Cómo será en esos países donde no hay sol en invierno?, podría imaginar un dia alli, pasar un fin de semana pero no más. Sol de invierno.
Tenía un piyamas a rayas, morado y ocre, con flores en segundo plano y el pantalon del mismo color ocre, brilloso como seda y suave. Le gustaban las manos deslizandose por esa suavidad y por debajo los músculos tensos los pezones duros, el borde del boton, un elástico, nada. Yo por mi parte prefiero dormir desnudo, aunque como soy friolento, solo puedo hacerlo algunas noches de verano muy calurosas, bajo el tul que cuelga desde la oscuridad y las notas claras de la luna suspendidas sin mas.
Un suave edredón de plumas está arrugado sobre la cama, la casa cruje a cada zamarreo del viento que sopla sobre el lago. Hará frío hoy.
Me quedo un rato en la cama, esperando. Desconfía de mí, sabe que debería haberme levantado temprano, saltado de la cama y sumergirme en la oscuridad hasta la cocina,fria. Encender el fuego, calentar pan o lo que haya, solo para mí, exprimir unos pomelos del árbol del jardín, ese que plantara unos 20 años atrás para reponer otro, viejo, más viejo que yo y que cubría un pequeño jazmín del cabo de hojas lustrosas y flores blancas, tersas y suaves, si es que quieren significar cosas distintas. En ese árbol yo trepaba al techo y del techo al cielo, hoy el jazmín casi ha crecido tanto como ese pomelo pero sus ramas son flacas y huesudas como mis manos. Inútiles para sostener el peso ágil e infantil de un aventurero de entrecasa.
No. Me quedo en la cama como si fuera tan solo una contradicción de mi naturaleza. Tengo trabajo por hacer pero he aprendido a tomarme el tiempo necesario, el mundo no cae, respiro, el aire se vuelve docil, gracias.
Al fin, presa del fastidio que produce mi pereza fingida, junta lo que va a ponerse para hacer lo que tenga que hacer ese día, sin olvidar nada y se mete en el baño. No lo hace para castigarme, escamotearme esa escena cotidiana del cuerpo que se desnuda y se viste con un cierto erotismo alejado de toda pasión, de toda verguenza, abrumado por el día tras día, aunque para mí el tiempo no pase.
Siento el agua que fluye, un gorgoteo y un no se qué. Ya no tengo esa curiosidad de saber que pasa donde no se puede entrar pero abro la puerta para preguntar.
Para qué tan temprano?
Agua que picotea sobre mis ojos, sobre mi cara entera sobre mi cuerpo y se desliza en pequeños surcos que se corren hasta el piso y nada. Es un momento donde el tiempo se detiene, stop, nada. Tengo ganas de nada, tengo ambicion de todo, todo todo. Me pondré unas ropas viejas, un yin, una remera vieja rayada, con finitas rayas multicolores horizontales y por encima un saco de lana con guardas, una bufanda roja, guantes, medias de lana y botas color ciruela para ir al bosque. Pisar el pasto escarchado mientras todo esta callado.
Hoy debe ser. Aunque no cierro los ojos puedo ver la puerta de piedras calzadas una sobre otra sin junturas y el hombre diciendo, no debería, es un riesgo, don Luis ha dicho que usted no debería. Siento en la mano, en el fondo del bosillo del abrigo una piedra fría, suavemente fría. La encontré en el camino mientras subía, montaña traviesa, evitando a los turistas y sus máquinas fotográficas que miran sin ver, sin ver nada. Al subir no quise solo subir, quise estar ahí como si la montaña y yo tuvieramos que conocernos, tocarnos, olernos, sudarnos, desgastarnos, sin equivalencias. No era una cuestión iniciática, habia estado antes ahí.
De todas las piedras del camino, solo una, esa. La vi tirada ahí. Una piedra en mi camino. Acordarme de quien era antes. La piedra me estaba mirando, ahi, desde el borde del camino, marcando un hito, un descanso, ahora.
Mirando al piso vi que mis zapatillas, un par de viejas zapatillas de puntera de plástico blancas y suela de goma roja, estaban por deshacerse. Apenas les quedaba el mote de zapatillas por estar cubriendo los pies con una buena ayuda de unas medias de algodón mas propias para una clase de gimnasia que para andar gastando caminos barrosos por los alrrededores de Ollantaytambo. Mi aspecto no era mucho mejor, pero el tiempo apremiaba y quería bajar luego por los túneles de la ladera del este, pasar bajo la selva y llegar al río. Los túneles llenos de tierra antiga, milpiés, arañas, opiliones, gusanos y un barro suave y perfumado. Alvar Mayor, Aguirre, olor a historias de hace tiempo.
El café está listo, venís?.
En un rato. Dejalo en la cafetera para que no se enfríe.
Voy a tomarme el dia para pensarlo. Si, ya se que no es mi estilo pero siento que asi la cosa no va, me falta el aire.
Escucho la puerta de la calle antes de salir del baño con una nube de vapor que se vuelca sobre el pasillo, el silencio de una casa sola, los ruidos breves de la calle, gente que conversa a veces en idiomas extraños, no que dicen. Extrañamente no hay otros ruidos, el tiempo se ha parado y la gente de la calle es la única que sigue su rutina. Yo me cansé. Basta.
Mejor la soledad, saber que estas sin nadie mas, sentir que no van a escucharte, a rozarte, a mirarte, mejor así.
El te verde que puse a calentar hace unos minutos ahora se quema con un humo azul y un olor a pastos de campo. Pensé en el comerciante del puesto en la feria ambulante que vendía infusiones, un hombre pequeño, cobrizo, de frente ancha, ojos oscuros casi rasgados, el pelo algo largo, peinado tirante hacia atras de las orejas y la nuca, brilloso, chaleco tejido, camisa y pantalon de una tela basta y casi áspera de tan oscura. Pocillos y bolsas con hierbas, polvos, piedras y hebras de colores indecisos o brillantes, se extendían por toda la mesa que, aunque breve parecía tener todas las respuestas para los pocos males que nos azotan en este mundo. Te verde para el cansancio, el estrés y el estómago, dijo con voz de quien sabe y así lo acepté. Para que comprás esas cosas, te van a arruinar el estomago en el mejor de los casos hubiera dicho mi abuela si estuviera todavía viva pero no. La ollita de enlozado blanco ahora lucía una veladura en sus paredes y unas manchas extrañas en el fondo. Se leerán las manchas de recocida como las borras del café?, no lo sabía entonces ni lo se ahora pero alguíen habra que sepa ver en los rasgos, las señales y en las señales lo que importa por sobre lo que interesa. El amor por ejemplo es una cosa irrelevante que preocupa a casi todos, aún a aquellos que solo se preocupan por hacer dinero.
La salu, el trabajo, la amista, son cosas importantes, el resto esta en el destino de cada u, vos por ejemplo, un sin destino, tenes que cuidar de esas cosas importantes, porque tenes pocas y esas no vuelven.
La abuela era un fenomeno pero por suerte, leia muy mal el futuro, casi tan mal como yo, casi tan mal.
Desde el jardin podia ver a los obreros colgados como arañas de la estructura del edificio vecino, desde la casa, solo podía imaginarlos, naranjas y azules, aplastados sobre una pared a medio construir, a los gritos, sucios, sudando, cansados.
Que será importante para ellos?, la resistencia de la cuerda que los sujeta a la vida?, el punto de la mezcla?, la canción del chamamé que agota la radio?. Lo importante parece que pasa rápido, se tuerce y transforma y deja de ser importante justo cuando dejamos de prestarle atención. Pero lo peor es cuando empezamos a extrañar aquello que nos fue importante, ahi no hay nada mas que decepción y a lo sumo una pizca de comunión.

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