domingo, 30 de noviembre de 2008

Otro viaje


Esta vez desde Asunción.
Me voy un martes, vuelvo un jueves. Apenas dos días y la mayor parte del tiempo estoy encerrada en el Palacio de Justicia donde funciona el así llamado "Archivo del Terror". Sin embargo, desde que el avión aterriza, trato de empaparme de esta ciudad que no conozco.
Tierra roja, tejas rojas, y verde, mucho verde a orillas del potente río marrón. Una ciudad baja, casi sin edificios. La gente dice que Asunción es una ciudad fea. Me han dicho una y otra vez que Asunción es una ciudad fea. Todo depende de lo que se entienda por ciudad. Si ciudad –si el paradigma de ciudad- es Nueva York o Paris, Asunción es una ciudad fea, o casi no es una ciudad. Pero si ciudad es un conglomerado, más grande o más chico, que nos habla de la historia de un lugar, Asunción es una ciudad bella y casi diría que esplendorosa.
Entonces: casas bajas con techos de teja roja, árboles más que verdes, bastante colonial y mucho del siglo XIX –mucho de aquel Paraguay anterior a la Guerra de la Triple Alianza.
Muchas veces les he dicho a mis alumnos que si quieren hacer un recorrido histórico urbano para entender el proceso económico y social del Río de la Plata durante el último cuarto del siglo XIX y principios del XX deben ir a Montevideo y caminar la ciudad. Montevideo resume a Buenos Aires en una dimensión humana y caminable, en parte porque Montevideo dejó de crecer en los años 60. Esto era válido para principios de la década del 90, que arrasó con todo y volvió a homogeneizar las diferencias, cosa que se ilustra simbólicamente con la cárcel de Punta Carretas convertida en un shoping que podría estar casi en cualquier ciudad del mundo.
Así también Asunción muestra, inevitablemente, la historia del Paraguay. Una ciudad con la memoria, todavía fresca, de las glorias y de las derrotas pasadas pero siempre presentes. La estación de trenes en el centro de la ciudad, frente a la Plaza de los Uruguayos, es una pequeña joya inaugurada por el Mariscal López en 1861. (El primer tramo de ferrocarril es de 1856, el primero de América del Sur). Pero la estación está cerrada. Abre sólo los domingos para hacer un recorrido turístico de 20 kilómetros con una locomotora a vapor y unos bellísimos vagones de madera. (¿Serán los mismos de 1856? Probablemente no, pero casi).
Y después el siglo XXI expresado por las 4X4. En Asunción hay pocos autos y muchas camionetas. Y los autos son Mercedes Benz, o esas marcas que muestran el poderío de sus dueños. En Asunción o se tiene todo o no se tiene nada. Pero el tener y el no tener conviven frente a frente sin transiciones. Salvador, el chofer de la Corte Suprema que me lleva del Palacio de Justicia al hotel y del hotel al Palacio de Justicia, no puede comprender que yo no vea la ciudad. Entonces, con esa amabilidad extrema que uno encuentra en casi toda Latinoamérica menos en Buenos Aires, me lleva a ver el puerto, el Palacio Presidencial, la casa de la Independencia, la Embajada norteamericana –varias hectáreas fortificadas en el centro de la ciudad-, la casa donde vivió Stroessner durante los 35 años de su gobierno. Y en ese recorrido rápido por la ciudad al mediodía, con el sol cayendo a 90 grados sobre las pobres cabezas, veo algo que me resulta sorprendente: la casa de gobierno –que fue la casa del Mariscal López, como no podía ser de otra manera- queda a orillas del río. Pero en la calle en la que termina la casa de gobierno empieza una villa miseria, la Chacarita, que se extiende kilómetros sobre la costa. Eso es lo que puede ver el presidente, si es que mira, por las ventanas. Eso es lo que Fernando Lugo puede, hoy, ver por las ventanas del Palacio Presidencial.
Casi no camino por las calles de Asunción. Casi no camino, yo, que soy esencialmente una caminante. Pero en el poco caminar veo lo que quiero ver: las casas bajas con sus tejas rojas, con sus rejas de hierro forjado, con sus persianas macizas de madera de lapacho; veo los negocios un poco obsoletos para los gustos de los turistas globalizados, con vidrieras anticuadas y carteles vetustos que contradicen lo que anuncian: banda ancha, wi fi, international something, y me doy cuenta que lo que falta es el diseño del siglo XXI; veo mujeres hermosas con tacos altísimos a pesar del calor, que caminan con garbosa elegancia, tal vez una tradición que viene de la costumbre de llevar las cosas en canastos sobre la cabeza. Veo también, por ejemplo en la vereda del Panteón de los Héroes sobre la Avenida Palma, a unas familias indias –mujeres y niños- vendiendo artesanías. Son morenos, callados, están en el suelo y me dicen que casi no hablan castellano.
Ese Panteón merece un párrafo aparte, y aquí va. Es blanco, neoclásico, está las 24 horas custodiado por soldados con uniforme blanco de gala. Entro. Es un ambiente en forma de cruz con cuatro naves llenas de placas que recuerdan a los héroes (los dos López, es decir Carlos Antonio y Francisco Solano; el Doctor Francia, el Mariscal Estigarribia, y ya no me acuerdo quién más). En el centro hay una balaustrada circular que, cuando uno se asoma, le permite ver un subsuelo con féretros y urnas cubiertos con la bandera paraguaya. Allí abajo están los restos de los héroes de las derrotas del Paraguay: de la Guerra de la Triple Alianza, de la Guerra del Chaco. También hay un féretro central cuyo cartel dice “soldado paraguayo”. Este debe ser el único país que se ufana de sus derrotas, pienso. Salgo a la Plaza de los Héroes.
En la plaza la gente come y toma tereré. Venden tereré en las calles, jarras de agua fresca, yerba mate y manojos de hierbas molidas en un mortero. La gente camina con sus termos panzones y sus guampas. Es el único modo de sobrevivir al calor, a ese sol que aprieta desde temprano pero que al mediodía es una especie de espada candente sobre las cabezas. Creo que me estoy por insolar y pienso en meterme en alguna parte en la que no haya sol. Me acuerdo que Elba, una preciosa piba que trabaja en el archivo, me recomendó que vaya al Lido a tomar caldo de pescado. Allá voy. Cosa de locos tomar caldo cuando fa caldo, pero si los locales lo hacen yo lo hago. Mientras espero que me traigan mi pedido –caldo de pescado y jugo de naranja- miro ese lugar que parece una rara imitación de un dinners americano de la década del cuarenta, con unas camareras viejas vestidas con un uniforme compuesto por polleras tubo hasta las rodillas y birretes color anaranjado y unas blusitas cuadrillé anaranjado y blanco. El menú anuncia que un caldo de pescado y con un pan cuesta 25.000 guaraníes, es decir menos 20 pesos argentinos, y el jugo de naranja cuesta 6.000 gs. Recupero las sales y el agua que he perdido en una hora de caminata –en un momento sentí que un chorro de sudor me bajaba desde la nuca, me llegaba a la cintura, se metía en el pantalón y desaguaba –si se me permite la licencia- allí donde la espalda cambia de nombre.
Llego a otra plaza y veo a un nenito llorando mientras la madre lo baña con una jarra. La mamá le dice: “Mirá a la señora que te va a poner una foto” y el nene me mira llorando. El no sonríe, pero al segundo tengo tres gurrumines pobres y con los más bellos ojos tristes de la tierra pidiéndome “Poneme una foto, señora, poneme una foto”. [No sé por qué traducción extraña en Paraguay sacar es poner]. Y entonces, por primera vez en la vida fotografío la pobreza, porque la pobreza me lo pide.
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Los chicos hacen morisquetas para que la señora les ponga fotos. y el sol se cuela por el follaje de los árboles de la plaza.
La señora -esta señora- mira mucho los árboles porque en su infancia fue una mona arborícola. Hay unos especialmente lindos en el Paraguay. Averigua que les dicen chivatos y les saca, también, muchas fotos. Tiene unas preciosas flores rojas o anaranjadas, de acuerdo al ejemplar que se mire.
Y entre tanto sigue transpirando a mares -aunque no son sudores amorícolas como los de MartínezJavier.
Han ido pasando los días y Asunción se desvance. Queda, sí, la sensación de que vio poco.

4 comentarios:

Javier dijo...

Estuve en Asuncion del Paraguay cuando el tiempo no habia siquiera comenzado. Las bestias no reconocian entre lo comestible y uno y por lo tanto tuve varias veces que salir corriendo.
No tengas miedo, toma mi mano.
Asuncion es uno de los pueblos miticos de america latina. Empezando por el idioma donde el te quiero que dicen las dulces paraguayas de ojos claros y piel cobriza rezuma un ro jai hu, zumbon como la tarde que empieza tan temprano como el sol revienta en el cielo de pocas nubes.

Javier dijo...

Para algunos, el sudor es mancha, residuo del trabajo del esfuerzo, a la carrera. Para otros, es el olor etereo del alma de la otra persona haciendo el amor.
Es extraño, asi como me cuesta recordar alguna mujer en especial en Asunción, Doris, Claudia, Diana, Armenia, tengo la sensación en los dedos del sudor bajando por sus lomos lustrosos hasta sus muslos.

laura dijo...

COMENTARIO DE LA PETI

Estuve en asunción hace ya unos cuantos años, acompañada de mi pareja nacionalidad paraguaya que tenía su familia allí. Fuimos al campo donde casi no hablaban castellano. Gente excepcional, calor interminable, bichos por todos lados. Comida típica y mucho tereré con esos yuyos que ellos muelen.En la ciudad comí en el kiosco de un pariente con 40 grados a la sombra en el medio de la vereda y con los micros pasando sólo a unos metros, tirando latas vacías.Terminé intoxicada con el agua contaminada de tanto tereré para no despreciar. Todos los parientes de mi pareja hablaban guaraní, a los cinco días ya era capaz de entender muchas cosas.Pude ver menos de lo que me propuse ya que antibióticos y diarrea mediante tuve que quedarme en el hotel.

laura dijo...

COMENTARIO DE LA PETI

Estuve en asunción hace ya unos cuantos años, acompañada de mi pareja nacionalidad paraguaya que tenía su familia allí. Fuimos al campo donde casi no hablaban castellano. Gente excepcional, calor interminable, bichos por todos lados. Comida típica y mucho tereré con esos yuyos que ellos muelen.En la ciudad comí en el kiosco de un pariente con 40 grados a la sombra en el medio de la vereda y con los micros pasando sólo a unos metros, tirando latas vacías.Terminé intoxicada con el agua contaminada de tanto tereré para no despreciar. Todos los parientes de mi pareja hablaban guaraní, a los cinco días ya era capaz de entender muchas cosas.Pude ver menos de lo que me propuse ya que antibióticos y diarrea mediante tuve que quedarme en el hotel.